miércoles, 4 de mayo de 2011

CONSEJERÍA A PASTORES

La problemática ministerial 

En el área de la consejería no podemos dejar de lado la problemática existente en el ministerio pastoral. 

Al confrontarnos con la realidad del ejercicio de la tarea pastoral podemos constatar la gran nube de problemas que se presentan, muchos de ellas relacionadas directamente con el desempeño del ministro y su ministerio. 

Causas
Entre algunas de las causas de problemas en el ministerio están principalmente el exceso en la carga de trabajo pastoral al no delegar tareas bajo la dirección de colaboradores fieles, la competencia en el desempeño pastoral, una autoestima disminuida o distorsionada, una visión mal enfocada hacia el ministerio o la falta de la misma. Igual influyen los propios problemas personales del pastor que, por ser humano, sufre como cualquier otra persona alguna enfermedad. Por otro lado están los problemas familiares del pastor y su propia problemática conyugal, etc. 

La falla en las relaciones
Algo que podemos notar en cuanto a las relaciones entre pastores, es la falta de una buena comunicación que fomente la amistad sincera y desinteresada entre los mismos. Se descuida mucho este factor de convivencia y lo que sucede es que el pastor se queda sin tener amigos, sin tener a quien acudir con toda la confianza para expresar sus inquietudes, sus dudas, su problemática personal, familiar o conyugal. Puesto que no hay a quien acudir para pedir ayuda, algunos han optado por desertar, dejar el ministerio, o escapar por la puerta falsa. Esto es cierto. 

Una solución
Conviene, pues, hacer algo al respecto. Despojarnos de nuestra suficiencia y con un buen sentido de humildad y compañerismo iniciar un círculo de amigos entre pastores, Donde no solo el motivo sea el de orar juntos, que debe ser parte, pero reunirse ocasionalmente solo por el deseo de dialogar; hablar y que alguien escuche lo que tenemos que decir desde lo profundo de nuestro ser. 

El ministro es un ser, humano, por un lado, pero por otro, revestido de la gracia sin igual por el "... puro afecto de Su voluntad" (Ef. 1:5), y con el deseo permanente de agradarle, de hacer bien la tarea, de no fallar, y a la vez poder ser comprendido y saber comprender.