La vida es un viaje que nos lleva de sorpresa en sorpresa.
Ahora vivimos tal o cual experiencia, muchas veces inimaginable, y luego
enfrentamos otra más, sea buena o sea mala, y así día a día. No podemos saber
lo que nos depara el nuevo día al momento de abrir nuestros ojos, sin embargo
eso no nos detiene, no nos inmoviliza ni nos evita llevar a cabo nuestras
actividades cotidianas. Por supuesto, esperamos tener éxito en las diferentes
tareas que hemos programado realizar, no pensamos en otra cosa, entonces las
adversidades nos llegan cuando menos lo pensamos. La mayoría de las veces no
alcanzamos a comprender que tales experiencias adversas nos llegan de manera
oportuna y que son para nuestra enseñanza.
El teólogo y filósofo ingles C. S. Lewis (1898-1963) dijo: “La experiencia es el más brutal de los
maestros. Pero aprendes, mi Dios hace que aprendas”.
Las adversidades nos proveen experiencia, no podemos
evitarlas, y lo único que podemos hacer es estar preparados para cuando lleguen
a nosotros.
La Biblia nos habla de algunas personas con problemas: la
viuda que perdió a su único hijo, el ciego que tenía toda una vida sin conocer
el mundo, aquella mujer que tenía ya 12 años padeciendo de flujo de sangre, y
el paralítico que no tenía quién lo sumergiera en la fuente milagrosa; todos
ellos experimentaron adversidades pero hubo quién se compadeció de ellos.
Entonces, aquellos, los que habían pasado por tanto sufrimiento, tuvieron la
oportunidad de conocer la victoria tras la adversidad cuando llegó Jesús a sus
vidas.
Por supuesto, la mayor adversidad es el tener que enfrentar
la muerte propia. La de los seres queridos o amistades habremos de
sobrellevarlas aunque con mucho dolor, pero pensar en la muerte propia nos hace
tambalear. Eso nos hace reflexionar -si ponemos seriedad en el asunto- en
aquello que por mucho evitamos aceptar: el fin de la vida propia. Se suele
pensar que la muerte es solo para los viejos, por eso mientras hay juventud el
tema carece de importancia. No se medita en ello, no se habla, se evade el
tema; evitamos razonar en la necesariedad de la muerte.
Acerca de ello el médico uruguayo Dr. Álvaro Pandiani (La esperanza
cristiana en la era poscristiana) reflexiona y nos
comparte:
El carácter inexorable de la mortalidad del
hombre se expresa en la Santa Biblia en diversas formas, y cada una agrega
algún aspecto a ese principio general de lo inevitable:
“Todos de cierto morimos
y somos como agua derramada en tierra que no puede volver a recogerse” (2 Samuel 14:14a). “Agua derramada en tierra
que no puede volver a recogerse” es una apropiada figura para ilustrar el
carácter definitivo y sin retorno del morir.
“Yo sé que me conduces a
la muerte, y a la casa a donde va todo ser viviente” (Job 30:23). Destaca aquí que el solo hecho
de vivir implica desplazarse por la línea del tiempo hacia un destino único y
universal, lo que también se nota en el Salmo 49:10: “… se ve que
aún los sabios mueren; que perecen del mismo modo que el insensato y el necio,
y dejan a otros sus riquezas”.
Eclesiastés 8:8 expresa otro punto
importante: “No hay hombre que tenga potestad
sobre el aliento de vida para poder conservarlo, ni potestad sobre el día de la
muerte. Y no valen armas en tal guerra, ni la maldad librará al malvado”. “No valen armas en tal
guerra” puede entenderse, entre otras cosas, como una alusión a los esfuerzos
terapéuticos aplicados en un intento de retrasar a lo menos el desenlace final.
Sepamos y no olvidemos que “…este Dios, es Dios nuestro
eternamente y para siempre, él nos guiará aún más allá de la muerte” (Sal.
48:14). Por lo tanto, cifrar nuestra esperanza en Dios es la mejor manera de
enfrentar la mayor de las adversidades: la muerte propia. Trae paz el hecho de
saber que nuestro postrer enemigo ya ha sido vencido (1 Co.15:55-57).
"Expedientes del Dolor", Juan Constantino. (poesía tanatológica). Amazon.com. USA, 2017.
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