domingo, 3 de octubre de 2010

CONSEJERíA PARA CONSOLAR A OTROS

Un ministerio de consolación 

 No hay mejor manera de entender el objetivo de la consejería que mirándolo desde la perspectiva de la consolación. Entiéndase consolación, como la mera actitud comprensiva ante el conflicto existencial que todo ser humano confronta en determinado momento de su existir, que no vida. Porque existir no es vivir, es solo divagar por este mundo sin encontrar el sino de la vida. 

 El hombre sin Dios y sin esperanza carece también de ese consuelo que lo envuelva sin cuestión ni reclamo en los momentos de derrota. Me refiero a ese tipo de consuelo que tiene un origen sobrenatural y que ha de lograr su objetivo, cuando se entrega por el solo hecho de querer consolar. 

 Tan importante es el CONSUELO para Dios, que ante la bien conocida debilidad humana, expresó a sus discípulos: «Y yo rogaré al Padre, y os dará otro consolador. No os dejare huérfanos, vendré a vosotros». Jn.14.16,18. 

 Dios quiere consolarnos y quiere que también consolemos a otros. Que si bien la obra de Cristo trajo a nuestra vida consuelo y salvación, llevemos también a otros la oportunidad de conocer al Dios de toda consolación por medio de una consejería bien dirigida. No en base a nuestro propio razonamiento humano, sino en base al deseo de Dios para todos los que están –estamos- atribulados, es decir, permitiendo que el Espíritu Santo haga su obra perfecta. 

 Para ello hemos de ser capaces de centrar nuestro discurso homilético en una predicación enfocada desde la perspectiva de la consolación, y hacer a un lado la tónica exhortativa y condenatoria que no ayuda mucho a la restauración del que llega atribulado en busca de consuelo y de paz.

 Analicemos  la importancia de la consolación –objetivo inicial de la consejería- según el pensamiento de San Pablo: 
 
2 Corintios 1 
3 Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, 4 el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. 5 Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación. 6 Pero si somos atribulados, es para vuestra consolación y salvación; o si somos consolados, es para vuestra consolación y salvación, la cual se opera en el sufrir las mismas aflicciones que nosotros también padecemos. 7 Y nuestra esperanza respecto de vosotros es firme, pues sabemos que así como sois compañeros en las aflicciones, también lo sois en la consolación



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